Thursday, October 1, 2009

Rubén Darío


VIDA Y OBRA

Una vida galante.

«En la catedral de León de Nicaragua, en la América Central, se encuentra la fe debautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel García y Rosa Sarmiento». Con este apuntearranca La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1915). Olvida anotar el poeta, en undescuido de la memoria, que su nacimiento se produce realmente en la cercana población deMetapa, el 18 de enero de 1867.

La existencia ensortijada de Rubén, ha señalado el poeta Pedro Salinas, queda marcadapor dos constantes: «son dos formas de embriaguez, la sensual y la alcohólica», que dan fe de «sunatural constitución humana». Un temprano impulso viajero incita a Darío («y muy antiguo ymuy moderno, audaz, cosmopolita») a recorrer buena parte de América, imponiendo a su vidaun ritmo discontinuo y nómada.

Rafaela Contreras, Francisca Sánchez y Rosario Murillo, son las páginas centrales de supersonal «herbier de plaintes saches», que marcan un tormentoso breviario sentimental depasión, felicidad y muerte.

Reside durante un tiempo en El Salvador y en 1885 viaja a Chile, donde colabora convarios periódicos locales. De su estancia chilena son fruto varios libros entre los que destaca Azulen 1888. En Buenos Aires empieza a forjarse un nombre dentro del periodismo y la poesía apartir de 1890. Entra en contacto con la juventud literaria, Roberto J. Payró, Alberto Ghiraldoo Ricardo Jaimes Freyre con quien funda en 1894 la Revista de América, y con ellos se entrega a la «vidanocturna, en cafés y cervecerías». Colabora asiduamente en periódicos como La Nación deBuenos Aires y publica en 1896 Los raros y Prosas profanas y otros poemas.

El crucial año de 1898, enviado por La Nación, Darío está en España explorando lasrepercusiones del desastre español en Cuba («El triunfo de Calibán»; «El crepúsculo de España»).Allí conoce a Juan Valera, Salvador Rueda, José Zorrilla y a un joven maestro llamado MarcelinoMenéndez y Pelayo. Recita versos en el salón de doña Emilia Pardo Bazán y vive la bohemiamadrileña junto a Manuel Machado, Emilio Carrere, Eduardo Marquina y Alejandro Sawa, quienademás le descubre las sorpresas del viejo París y le presenta a Verlaine en el café d'Harcourt delQuartier latin.

En los años siguientes desempeña diversos cargos diplomáticos y publica en MadridCantos de vida y esperanza (1905) y El canto errante (1907). México, La Habana, París,Barcelona, son las escalas del viaje final de Darío. En Nueva York cae enfermo y se retira a unahacienda de Nicaragua.

A las 10 de la noche del 6 de febrero de 1916 murió Darío a los 49 años de edad en León,la ciudad de su infancia. Frente a su distinguido cadáver de poeta desfilaron durante cinco díasmiles de personas. Queden como epílogo de su enardecida vida estas palabras escritas veinte añosantes de su muerte:

«En verdad, vivo de poesía. Mi ilusión tiene una magnificencia salomónica. Amo lahermosura, el poder, la gracia, el dinero, el lujo, los besos y la música. No soy más que unhombre de arte. No sirvo para otra cosa. Creo en Dios, me atrae el misterio; me abisman elensueño y la muerte; he leído muchos filósofos y no sé una palabra de filosofía. Tengo, sí, unepicureísmo a mi manera: gocen todo lo posible el alma y el cuerpo sobre la tierra, y hágase loposible para seguir gozando en la otra vida».



Historia de sus libros.

«En un viejo armario encontré los primeros versos que leyera. Eran un Quijote, las obrasde Moratín, Las mil y una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, la Corina de Madame Stäel,un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué autor,La Caverna de Strozzi. Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño». Estatemprana pasión literaria que conserva viva la memoria del poeta, sea tal vez el lejano indiciode su precoz impulso creador: «¿A qué edad escribí los primeros versos? No lo recuerdoprecisamente, pero ello fue harto temprano». Veleidades de poeta «triste y meditabundo»,aquellos primerizos epitafios rimados que sus convecinos le encargaban para loar a sus difuntoso el lírico y ligero amor juvenil «de una muchacha que se llamaba Refugio», fueran acasopresagios de una biografía literaria en la que eros y thanatos mantendrían un continuado e íntimodiálogo.

Sus primeros versos aparecen publicados en un diario local llamado El Termómetro. Sinembargo, será al periodismo al que, apenas superada la niñez, dedique sus primeros esfuerzoscreativos. Labor que principia en el periódico La Verdad, de la citada ciudad de León, dondepublica artículos y crónicas de diversa índole, continúa en otros como La época o El Mercuriode Valparaíso, y culmina en La Nación de Buenos Aires. En este último periódico publica unaserie de semblanzas sobre escritores y artistas que anunciaban «nuevas maneras de pensamientoy de belleza» que, más adelante, formaran parte de su emblemático libro Los raros (BuenosAires, 1896). Allí, tras los nombres de Whitman y Verlaine, Edgar Allan Poe, Lautréamont,Valle-Inclán, Mallarmé, Leopoldo Lugones o el cubano José Martí, forja Darío la genealogíaliteraria de su cuantiosa prole de libros. Poseído de un poderoso instinto creador («yo nuncaaprendí a hacer versos. Ello fue en mí orgánico, natural, nacido»), su frágil y refinado espíritule hizo transitar sutilmente entre las cenizas de simbolistas, parnasianos y decadentes, en pos deuna voz propia que, a decir de Mario Benedetti, se encuentra «en mitad de un largo viaje quearranca en Victor Hugo y llega, por ahora, hasta Neruda».

Azul... (1888), libro de poemas y cuentos escrito y publicado en Chile, es la primerarevelación del amplio espíritu moderno de Darío, que un año antes había ya publicado Rimas yAbrojos. Este libro representa la primera tentativa por asimilar «al idioma español las cualidadesplásticas, pictóricas y musicales del francés», experimentando con nuevas formas como el poemaen prosa. Como en el relato «Un retrato de Watteau», el Darío de esta época es fragante ycolorista y se entrevé a decir de Juan Valera, quien prologa la 2ª edición del libro, la manodelicada de los «Hugo, Lamartine, Musset, Baudelaire, Leconte de Lisle, Gautier, Bourget, SullyProudhomme, Daudet, Zola, Barbey d'Aurevilly, Catulo Mendés, Rollinat, Goncourt, Flauberty todos los demás poetas y novelistas».

Prosas profanas y otros poemas (1896) supone la consagración de la poética dariana. Apesar de la «sencillez y poca complicación» que declara Darío, poemas como «Ama tu ritmo...»o «Yo persigo una forma...» dan cuenta de la nueva estética, proclamando todas las novedadesconceptuales y formales de la poética modernista. Un renovado lenguaje fundador de nuevosuniversos creativos. Crear: como única y primera ley del verdadero creador.

«Si Azul... simboliza el principio de mi primavera, y Prosas profanas mi primavera plena,Cantos de vida y esperanza encierra las esencias y savias de mi otoño». Tras el exteriorismo desus libros anteriores, en éste de 1905, sus versos se vuelcan decididamente hacia «El reinointerior». Se acentúa el tono personal y filosófico en composiciones como «Yo soy aquel que ayerno más decía» o «Lo fatal». Se vislumbra también la conciencia de ser americano, de vivir en unaAmérica española «que tiembla de huracanes y que vive de Amor».

En El canto errante (1907), cuyo prólogo está dedicado «a los nuevos poetas de lasEspañas», reclama Darío la importancia de la labor del poeta en el mundo moderno. Este libroresume los que habían sido motores poéticos de sus libros anteriores, matizando algunos yreafirmándose en todos.

Tras Poema del otoño y otros poemas (1910) y Canto a la Argentina y otros poemas(1914) y algunas recopilaciones de crónicas políticas y apuntes de viaje, culminaprovidencialmente su producción literaria con un título que, publicado el mismo año de sudesaparición, encierra el sentido de toda su obra: Y una sed de ilusiones infinita.



Breve semblanza del modernismo hispanoamericano.

«No hay escuelas; hay poetas», había declarado el vate nicaragüense. No obstante, traslos pasos de José Martí, Julián del Casal, Manuel Gutiérrez Nájera y José Asunción Silva, esclave la figura del gran Rubén para dar fe de vida al llamado modernismo hispanoamericano,cuya «acrática estética», proclama José Enrique Rodó, es expresión del «anárquico idealismocontemporáneo». Sus límites temporales abarcan desde 1882 hasta 1932, aproximadamente.

Tildado de extravagante, obsceno, degenerado y enfermizo, este movimiento literario yartístico huye de los dogmas institucionales del dieciocho, y promulga una profunda renovaciónestética en la cual la belleza del arte («la musique avant toute chose», había proclamado Verlaine)fuera única y verdadera soberana. Su objetivo es promover el progreso intelectual de América,«volando al porvenir, dando novedad a la producción, con un decir flamante, rápido, eléctrico,nunca usado, por cuanto nunca se han tenido a la mano como ahora todos los elementos de lanaturaleza y todas las grandezas del espíritu».

El principio de universalidad, la exquisita sinestesia, la evasión, el exotismo de ambientesy lugares, y un erotismo nuevo y misterioso de princesas y de ninfas: claves temáticas de unsentimiento de libertad artística regido «por simbolismo y decadencias francesas, por cosasd'Annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de entonces, sin olvidar nuestrosancestrales Hitas y Berceos, y demás castizos autores»: ídolos de porcelana, lugares comunes deanticuario, a los que el furor renovador de la vanguardia quiso más adelante retorcerviolentamente el cuello.



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